martes, 8 de octubre de 2013

DIA 3: EL REAL DE LA JARA-ZAFRA (un día "casi" normal)

Jueves, 5 de Septiembre



Esta mañana me levanto antes de que suene el despertador, síntoma de que ya me voy adaptando al horario peregrino. A pesar de acostarme pasadas las once he dormido como un bendito (y eso que mi compañero de habitación había comenzado su serenata), lo que significa que probablemente haya sido yo el que le haya dado la noche a él. A mí con ronquidos en alemán….
A las ocho ya estoy preparado, llamo a la propietaria para que me abra el garaje y me pongo en marcha. Pensaba desayunar en algún bar pero los voy pasando de largo y casi sin darme cuenta me meto en el camino.
En menos de un kilómetro ya estoy frente al arroyo, que hace de frontera natural entre las provincias de Sevilla y Badajoz, y al famoso Castillo de las Torres que tantas veces había visto en fotografías. Allí coincido con Herman y con un  bicigrino burgalés, Carlos, un prejubilado que rondará los sesenta, y que hace más kilómetros en bici al año que yo en coche. Pues qué mejor lugar que éste para desayunar los donuts que llevaba encima.





Los primeros kilómetros los hago en compañía del burgalés, por un bonito camino  (el único "pero" es que pica hacia arriba…) que a esas horas de la mañana es todo un regalo para los sentidos, contemplando a los cerdos ibéricos y las vacas campando a sus anchas en la dehesa. El camino termina a la altura de la ermita de San Isidro, que más bien parece una nave extraterrestre.



A partir de aquí ya tomamos la carretera que, pasada la Venta del Culebrín, se convierte en la subida al Puerto de la Cruz. A mitad de ascensión empiezo a echar en falta mi socorrido piñón tamaño “platillo de café” y tengo que parar a coger aire. Aquí me despido del burgalés, que ya ha terminado de calentar y se ha dado cuenta que a mi ritmo no le va a cundir el día. El “chaval” tiene un rodaje de 14.000 kilómetros anuales y, para que nos hagamos una idea, ayer llegó a El Real de la Jara desde Sevilla. Lo de la subida a El Calvario le sonaba a chino ya que desde Castilblanco continuó por carretera pero como primera etapa es una distancia más que considerable, al menos para un “manta” como yo.




Así que entre descansillos y, para qué negarlo, algo de empujing, llego a Monesterio con la necesidad de entrar a talleres. Localizo con bastante facilidad la tienda de bicis, que se encuentra a la entrada de la población y muy cerca del Paseo de Extremadura, que no deja de ser la prolongación de la Nacional 630.
Le explico el problema al mecánico y, de paso, le pido que ponga un nuevo cuentakilómetros, ya que, por si no lo había mencionado, también dejó de funcionar el primer día. Habrá quien piense que la bicicleta se me está cayendo a pedazos, pero todavía quedaba algo más, aunque todavía no lo sabía.
Mientras atienden a la burra me voy al bar que hay justo en frente a degustar un bocadillo del famoso jamón de la zona.



Ya de vuelta al taller aparece el propietario y me saluda con un “has llegado con dos días de antelación”. Pues no será porque me lo estoy tomando con calma… La razón del comentario es que el 7 de Septiembre comienza la Feria del Jamón y me cuenta que más de un peregrino programa la llegada para ese día, ya que se instalan chiringuitos en la carretera donde ofrecen bocadillos gratis. Pues ya lo sabemos para la próxima.
Pero el chiste bueno viene en el momento en que me va a entregar la bici y me pregunta si me he dado cuenta de cómo tengo el transportín. Pues hecho unos zorros. Le falta la varilla central del costado izquierdo y había otra más partida. Haciendo memoria sí había oído un ruido metálico al principio de la etapa pero lo achacaba a que había pisado algo. Y lo cierto es que la varilla que había desaparecido estaba partida desde mi primer camino así que bastante que ha aguantado. Pues a esperar un rato más. Se me olvidó pedirle, ya puestos, un test de embarazo y la chapa al cliente de la semana. Eso sí, el trato fue excelente y me dieron prioridad absoluta.
Una vez cambiado el portabultos me pongo en marcha con la tranquilidad de que ya están solucionados todos los problemas mecánicos pero a los doscientos metros se me ocurre probar el plato pequeño y….. se sale la cadena. Este contratiempo es culpa mía por cambiar demasiado rápido. Cuento hasta diez antes de quitar el equipaje, voltear la bici y desincrustar la cadena para colocarla en su sitio. Vaya desastre, ja,ja,ja.
A la salida de Monesterio el camino se retoma a la altura del campo de fútbol, a la izquierda de la nacional y como recompensa me encuentro otro precioso tramo de dehesa mientras rueda en paralelo a un arroyo.




Al final del camino me encuentro la primera cancela y con el paso de los días descubro que cada una tiene su particular sistema de cierre. No hay dos iguales. Y yendo sólo es todo un incordio. Cuando consigo abrir, con dificultad, esta primera, desemboco en una carreterilla sin ningún tipo de indicación. ¿De frente, a la izquierda o a la derecha? Cuando estaba traqueteando la valla que hay al otro lado de la carretera, se detiene una furgoneta y el conductor me explica que el camino se retoma un poco más arriba. Es la lógica del camino. Ante la duda, para arriba. La subida se las trae hasta que aparecen de nuevo las marcas del camino a la derecha.







El paisaje sigue siendo de dehesa hasta que de pronto desaparece el arbolado y se convierte en campos de cereal. Otra cancela y me encuentro con un rebaño de vacas. Hago las fotos de rigor  pero un toro, al que agradecí en un primer momento que permaneciera inmóvil, se planta en medio del camino mirando fijamente en mi dirección. De acuerdo que se supone que no es ganado bravo, pero el hecho de que un bicharraco de cuatrocientos kilos no te quite ojo pues como que no me tranquiliza. Como no era cuestión de estar así todo el día, me monto en la bici intentando pedalear de forma, como explicarlo…. ,indiferente, distraída, con la mirada perdida en el infinito, sin pestañear, no fuera a pensar que iba a cortejar a una de las vacas. Todo el harén para tí, machote, que bastante tengo yo con lo mío. Finalmente se aparta del camino unos metros antes de llegar a su altura. Prueba superada.





Poco después se divisa a lo lejos lo que parece ser Fuente de Cantos, y digo que parece porque durante diez kilómetros de carrusel, subiendo y bajando lomas, llegué a creer que era un espejismo. Qué pueblo más escurridizo…
Entremedias, simplemente destacar un atasco provocado por un rebaño de ovejas que ocupaban todo el camino hasta que el amable perro pastor las apartó y mi estreno en el arte de vadear arroyos sin mojarte los tobillos.






Sobre las tres de la tarde llego a esta población que tanto se hace de rogar, justo a tiempo, ya que el tacómetro estomacal empieza a dar señales de que hay que efectuar la parada obligatoria. Y la ecuación sigue siendo correcta: iglesia y plaza igual a bar en las cercanías. Segundo bocata de jamón del día, postre y café, y a holgazanear un buen rato hasta que baje un poco el sol. Mientras tanto, el bar se va nutriendo de parroquianos que, entre cafeses y licores, dan inicio al campeonato diario de dominó.



Pues venga. A continuar un rato más a ver si hoy consigo hacer una etapa más o menos homologable para bicicleta, porque las dos primeras han sido más propias de caminantes bien entrenados y a este paso voy a regresar a casa con kilos de más.
Cuando abandono Fuente de Cantos no me lo puedo creer. Pistas anchas, con buen firme y ¡llanas! ¡Hay tramos llanos en la Via de la Plata! Si hasta parezco un ciclista de verdad rodando a veinte por hora. En mi repentina euforia, tardo en advertir la presencia de un bache y solo consigo detener la bici cuando la rueda delantera cae en él, provocando que la concha que llevo en la alforja del manillar inicie un vuelo en espiral para clavarse en un sembrado a unos  veinte metros de distancia. Ahora lo veo como una situación cómica, pero en ese momento, mientras pisoteaba el sembrado en búsqueda de la concha voladora, me detuve un momento y, mirando al cielo, interpuse una queja formal al Altísimo. ¿Esto va a ser así todos los días? ¿Es mucho pedir una jornada monótona y sin sobresaltos, o al menos espaciarlos un poco en el tiempo? Creo que mis súplicas fueron atendidas, aunque fuera de manera parcial.



Tras este breve momento místico-reivindicativo llego a Calzadilla de los Barros. Pocos kilómetros más adelante el camino desemboca en la carretera para alejarse de nuevo en dirección a un vado inundable. Como a esas horas el optimismo lo tengo bajo mínimos (lo normal es que estuviera seco o llevara  poca agua) opto por la solución pragmática de incorporarme a la Nacional para abandonarla a la altura de La Puebla de Sancho Pérez, donde vuelvo a enlazar con el camino que conduce hasta la antigua estación de tren de Zafra.



Justo a la entrada de la estación me topo con un hombre que me saluda con un “hola peregrino” y me indica donde se encuentra el albergue. Suelo desconfiar de este tipo de publicidad a pie de camino y ya tenía como referencia el albergue de la Junta de Extremadura.
Salgo de la antigua estación siguiendo la estela de un ciclista que está dando una vuelta con su hijo. Si se sigue en línea recta te das de bruces contra una verja cerrada a cal y canto, por lo que hay que rodear por detrás el antiguo edificio de la estación para salir a la calle.
A pesar de todos los contratiempos estoy satisfecho de haber llegado a Zafra (en tres días sólo acumulo un día de retraso...) y, aunque son más de las siete, como premio me tomo un refresco en un parque que hay camino del albergue.
Mientras me registro le comento a la hospitalera que había un señor a la entrada de la ciudad haciendo publicidad de un albergue y para mi sorpresa resulta que es su marido.
En ese momento no logro entenderlo. ¿Que el hospitalero de un albergue público tenga que publicitarse? Caigo después en la cuenta de que si bien es de titularidad pública, la gestión del mismo es privada. Y desde que se abrió un nuevo albergue, que se encuentra un kilómetro antes, y que es gestionado por la Asociación de Amigos del Camino de Zafra, hay una guerra soterrada por captar peregrinos.
Puede que lo que me comentó el hospitalero respecto del otro albergue fuera información interesada (“voluntariedad” del donativo y la precariedad de sus instalaciones) pero reconozco que el matrimonio de hospitaleros se deshacía en atenciones a los peregrinos y te hacían sentir como en casa. Además, tranquiliza saber que ellos viven en el mismo edificio por lo que siempre hay alguien de guardia. Y, otra cosa importante, hay flexibilidad en cuanto a la hora de cierre
El albergue es un antiguo convento y lo cierto es que está muy bien acondicionado. Un lujo en comparación con algunos alojamientos que me encontraría más adelante.
El castigo de llegar tan tarde es que no puedo visitar esta ciudad monumental. Así que tras lavar la ropa me voy a cenar a un restaurante cercano donde, para variar, no hay manera de comer algo de hidratos de carbono. Pues nada,  otra vez presa ibérica. Sufrido que es uno.....






2 comentarios:

  1. Como me acuerdo de los toboganes antes de Fuente de Cantos....yo tambien crei que se me habian frito los sesos dentro del casco y aquello era un espejismo....o en todo caso el primer pueblo de España con ruedas que se alejaba al ritmo que uno decidia acercarse a el..

    Buenisima cronica....

    ResponderEliminar
  2. Así es. Como te coja "cascao" al final de la jornada se te puede hacer muy largo este tramo.
    Gracias Vicente.

    ResponderEliminar