miércoles, 23 de octubre de 2013

DIA 5: MÉRIDA-CÁCERES

Sábado, 7 de Septiembre

Hoy, y sin que sirva de precedente, soy yo el que inicia la sinfonía de ruidos mañaneros. Todavía no son las siete y parece que nadie quiere arrancar. La explicación es que la mayoría de los alojados aquella noche éramos ciclistas y los únicos peregrinos de a pie, el matrimonio italiano, parece que va a quedarse un día más para que el hombre se recupere de la gastroenteritis.
Preparo el equipaje tranquilamente mientras espero a que amanezca. Opto por desayunar algo de bollería que compré ayer acompañado de un chocolate de la máquina expendedora del albergue para comenzar la jornada pronto. El motivo es que hoy tengo una “cita a ciegas” en algún punto indeterminado del camino con Paco, un colega del foro bicigrino, que viene a mi encuentro desde Cáceres, y no era cuestión de que me recogiera en Mérida, cosa que, si me descuido un poco, hubiera ocurrido.
Al ser fin de semana a esas horas no hay apenas tráfico y la salida de la ciudad está bien indicada, tomando como primera referencia el Acueducto de Los Milagros.




Después se toma una carreterilla que, para variar, se va empinando. Tras una rotonda aparece el carril-bici que conduce hasta el embalse de Proserpina. Menuda sesión de obra pública romana que llevo entre la tarde de ayer y las primeras horas de hoy. Eso sí, el concejal de urbanismo de la época no escatimaba en la calidad de los materiales a juzgar por la longevidad de las obras….





El camino bordea una parte del embalse y se abandona pero una carretera local para, tras un par de kilómetros,  tomar a mano izquierda un bonito camino entre árboles. Poco después de adentrarme en este paraje, en dirección a El Carrascalejo, me alcanzan dos ciclistas que había visto desayunando a la salida de Mérida pero que no me sonaban del albergue. Nos saludamos y tras las obligadas presentaciones resulta que uno es de Elche y el otro de Alicante. Pues conmigo ya formamos el Triángulo de los Bermudas, ja,ja,ja. Si es que lo malo abunda…. El día anterior habían viajado en coche hasta Mérida y hoy era su primer día de Camino.
Durante los pocos minutos que estuvimos parados aparecieron otros dos ciclistas extranjeros, en este caso mayorcitos, que al retomar la marcha perdí de vista, sin saber en ese momento el protagonismo que tendrían en mi camino los días venideros.
Continué, en compañía de mis paisanos, hasta Aljucén, donde nos separamos. Al despedirnos les comenté que si se cruzaban más adelante con un ciclista preguntando por un alicantino despistado, que les advirtiera que iba de camino.





El motivo de no continuar en compañía fue que vi un bar en la plaza y no me pude resistir a la tentación de desayunar de manera reglamentaria. No tenía hambre pero por si acaso iba a rellenar el depósito. Además, todavía no eran ni las diez y consideraba que iba bien de tiempo. Pues media hora larga de parón.
De Aljucén se sale por carretera hasta la inevitable N-630 para a los pocos metros tomar el desvío del camino a la derecha, que discurre por el Parque Natural de Cornalvo. Un bonito recorrido por paisaje de dehesa, alejado del tráfico rodado y con una temperatura agradable gracias a estar parcialmente nublado. Mejor así que de sol ya he ido servido estos días.
Sobre las diez y media, cuando llevaría recorridos unos cuatro kilómetros por el interior del parque, recibo la primera llamada de Paco. No recuerdo si se encontraba en Aldea del Cano y se dirigía a Casas de Don Antonio, o ya estaba en este último pueblo,  donde me esperaría. En esos momentos no logro ubicar esos pueblos en el mapa y sólo acierto a decir que deben de quedarme unos 15 kilómetros hasta Alcuéscar.




Continuo pedaleando embelesado por el paisaje si bien empiezo a agradecer el “repostaje” de Aljucén, porque el camino es de subida  y la velocidad media se desploma.
Una hora más tarde nueva llamada para ver por donde ando. Calculo que todavía faltarán unos 7 u 8 kilómetros y me comenta que va a continuar hasta Alcuéscar y que lo me queda ya es “fácil”. Pues a mí no me cuadra nada. O Paco está muy fuerte (que lo está) y yo soy un flojeras (que también),  pero me estoy dando una panzada a subir de lo más interesante. Y además, empieza a entrarme complejo de novia que llega tarde a la boda.
Veinte minutos después nueva llamada. Con tanto intercambio de llamadas ya sólo falta que digamos aquello de “minuto y resultado”. Tomando como referencia mi cuentakilómetros estimo que me faltarán un par de kilómetros, aunque probablemente quedara alguno más. Me las prometía felices pensando que ya había terminado lo peor de la ascensión, ya que llevaba un tiempo rodando por llano, hasta que me encuentro con otra larga rampa de subida. Y ni rastro del pueblo.
Al final de esta subida, que resulta ser la última, me encuentro con una de esas “bromas” pesadas del Camino. Hay unas flechas amarillas que indican que, girando a la izquierda, hay un hostal a un par de kilómetros, lo que me hace desconfiar. En cambio, las marcas que indican seguir en línea recta en dirección a un albergue están borradas con pintura blanca. Pues esta vez el instinto no me falla y la dirección correcta es en línea recta.
Cuando me encuentro con las primeras casas veo un ciclista que se dirige hacia mí y me hace señas. Es un compañero de Paco. Me saluda y me guía hasta un grupo de ciclistas. Menudo recibimiento. ¡Sólo faltaba la banda de música! Y el que se encuentra en el centro con el maillot de bicigrino pues …”Doctor Livingstone, supongo”, digo Paco.



El resto de la “grupeta” se marcha, que deben de haberse enfriado de tanto esperar al “Expreso de Mérida”, y nosotros, tras tomar un refresco en un bar cercano, seguimos por camino. Los kilómetros pasan muy deprisa mientras charlo de lo divino y de lo humano con mi anfitrión y guía.
Al llegar a Casas de Don Antonio me llama la atención una flecha amarilla que señala a un garito de esos de luces rojas que tiene el apropiado nombre de “El Pecado”.  Me pregunto si algún peregrino habrá parado a sellar la credencial allí……..




Sobre el mediodía llegamos a Aldea del Cano y Paco localiza un restaurante donde comer. Dejamos las bicis en la zona trasera, junto la cocina, a la vista del cocinero y de una gallina que está en el “corredor de la muerte”. Animalico….
Esto sí que es bicigrinar es condiciones. Primer y segundo plato, postre y café,  buena compañía y todo ello amenizado por los coros de una excursión de jubilados, que con la primera copa de vino se habían arrancado a cantar. Qué más se puede pedir.





Venga. Pues ya sólo queda el último empujón hasta Cáceres. Pedalear junto a Paco es todo un lujo porque se conoce hasta el último bache del camino en este tramo. De la nada aparece un aeródromo y a la hora de atravesarlo inconscientemente freno no vaya a pasar en ese momento un Boing de ésos…
A la salida de Valdesalor tengo el habitual encuentro con los ciclistas alemanes. Mi anfitrión, que “espiquea english very well”, les advierte que se han parado en un cruce muy peligroso y les ofrece unirse a nosotros. Si dura un poco más la jornada este hombre acaba comandando un pelotón.




Seguimos por camino si bien el tramo más complicado de la subida al Puerto de las Camellas lo hacemos por carretera. Una vez coronado el alto, los alemanes prefieren seguir por asfalto y nosotros continuamos por camino. Mi particular guía ya me había advertido que el casco histórico está en la parte alta de la ciudad pero aun así se me hizo un nudo en la garganta cuando veo de refilón una calle con una pendiente de las que quitan el hipo. Ya me veía sacando las alforjas y haciendo viajes para llegar arriba. Creo que Paco escuchó mi exclamación porque me guió hasta la Plaza Mayor buscando las calles con menos pendiente, cosa que agradecieron mis piernas.




Un par de fotos y me acompaña hasta la puerta del albergue turístico “Las Veletas”, que se encuentra a muy pocos metros de la plaza. A la hora de la despedida, le digo que me disculpe ante su señora por el “secuestro” sabatino, porque aunque sea rigurosamente cierto, a veces no es fácil de creer que has salido a las nueve o las diez a hacer una ruta en bici, que te has liado y recalas pasadas las seis de la tarde. Y, además, sólo faltaba que Paco llegara hecho una sopa porque unos nubarrones amenazantes se ciernen sobre la ciudad.



Mientras me registro en el albergue el propietario se lamenta de los pocos peregrinos que hay en comparación con el año anterior. Lo cierto es que, aparte de mí, sólo hay un matrimonio más alojado. Lugar acogedor  y las instalaciones de primera. Más que recomendable.
Mientras lavo la ropa cae un  chaparrón aunque no dura demasiado. Pues nada. Hoy toca aclarado con agua de lluvia.







Tras la pequeña vuelta turística me encuentro en las escalinatas de la Plaza Mayor con mis paisanos de Alicante y, finalmente, nos vamos juntos a cenar. La cena me sale relativamente barata ya que, aunque somos tres, sólo comemos dos. Uno de ellos no come “ná”. Echamos unas buenas risas durante la cena y me cuentan su plan de viaje. Tienen sólo una semana de vacaciones así que van a recorrer estrictamente la Via de la Plata desde Mérida hasta Astorga. Les aconsejo que, ya puestos, hagan 20 kilómetros más y lleguen hasta la Cruz de Ferro, por lo respirar algo de ambiente peregrino.

Como curiosidad, hablando de esto y de lo otro, resulta que la quiromasajista a la que voy presta servicio también en la empresa en la que trabajan. Vamos: como para venir aquí con la querida……….

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