viernes, 8 de noviembre de 2013

DIA 8: BAÑOS DE MONTEMAYOR-FUENTERROBLE DE SALVATIERRA ( una jornada corta pero enriquecedora)

Martes, 10 de Septiembre


A las siete y media el vitoriano ya está preparado para dar pedales. Al ritmo que va hoy acabará como mínimo en Zamora…. Todavía no ha amanecido y hace “rasca”,  así que recojo los bártulos con tranquilidad, desayuno y me voy mentalizando para atacar la dificultad del día, o eso creía yo….
Prefiero dejarme las subidas para las primeras horas del día aunque, en el caso del Puerto de Béjar, habría que decir que me había dejado la ascensión a medias, ya que realmente se empieza a subir poco después de Aldeanueva del Camino.






Desde Baños el puerto tiene unos cuatro kilómetros de subida. Decido hacerlo por carretera porque el camino empedrado que hay a la salida del pueblo invita a empujar y finalmente desemboca en la carretera un kilómetro más arriba. Así que despacito y buena letra hasta coronar a la altura de una gasolinera. Unos doscientos metros más adelante abandono la Nacional por la izquierda,  perdiéndola de vista hasta Salamanca.




El tramo hasta el Puente de La Malena es un regalo para los sentidos. Un camino sombrío envuelto por el silencio. Es todo descenso, por momentos muy pronunciado, mucha curva y suelo con gravilla, que me obliga a extremar las precauciones, que no me he traído un chasis de repuesto. Con tanta parada para hacer fotos al final decido que es mejor descabalgar y caminar un rato para disfrutar de este bello paraje. Llega un momento que, con tanto verde y tanta vaca, empiezo a dudar si no he tomado un atajo y estoy ya en Galicia. Pero no. Según el mapa acabo de entrar en la provincia de Salamanca.







Una vez cruzado el puente romano, que salva un río de curioso nombre (“Cuerpo de Hombre”), tomo la carreterilla en dirección a Calzada de Béjar. En un principio la subida es suave pero el desnivel de los últimos dos kilómetros sí que me pilla por sorpresa. Como para haber hecho caso al vitoriano el día anterior….





Hasta Valverde de Valdelacasa el camino transcurre por una pista con buen firme y se vuelve otra vez al paisaje de dehesa.







El siguiente pueblo, Valdelacasa, se encuentra a unos cuatro kilómetros, por una carretera en subida ininterrumpida que no tiene nada que envidiar al Puerto de Béjar. Segunda sorpresa del día… A este paso el plato pequeño me presenta la dimisión.





Y para rematar, de camino a Fuenterroble de Salvatierra unos cuantos cuestones más. Este recorrido empieza recordarme al tramo entre Cizur Menor y Estella en el Camino Francés, donde siempre se habla de la subida a El Perdón pero se omite el resto de subidas a Mañeru, Cirauqui, Lorca,….  En el último tramo de subida alcanzo a un peregrino. Va totalmente empapado en sudor, con la mirada perdida. Le saludo y no puede casi hablar. Me paro y le ofrezco agua. Me dice que más que agua necesita unas piernas de repuesto. Había salido, todavía de noche, desde Calzada de Béjar, en un cruce no ha visto las flechas y ha girado en sentido contrario. Cuando se ha dado cuenta llevaba diez kilómetros por el camino equivocado. Y claro, para enmendar el error ha tenido que desandar otros diez. Veinte kilómetros de propina………..
Le digo que ya le queda poco hasta el siguiente pueblo y prosigo hasta Fuenterroble. Consulto la hora y son las dos de la tarde. Tres horas y media encima de la bici para recorrer poco más de treinta kilómetros. Otro día que estoy que me salgo…
Hoy es el primer día que el calor es llevadero y no estoy cansado, pero lo cierto es que durante toda la jornada he tenido un animado debate, entre cuesta y cuesta, conmigo mismo. En la programación, que abandoné el primer día, había previsto tres días para recorrer el tramo entre Cáceres y Salamanca pero había una circunstancia que me impedía cuadrar las etapas y era la curiosidad por conocer el albergue del Padre Blas, en Fuenterroble, del que había leído que era un lugar especial y de visita obligada.
Salamanca está a cincuenta kilómetros, con el Pico de la Dueña de por medio, y si me pongo a la faena lo único que voy a conseguir es llegar a destino a las tantas, consiguiendo un bonito dos por uno: no visitar el casco histórico de la ciudad y perderme el ambiente peregrino de este famoso albergue. Pues ante la duda……….la más peluda.
Llego a la entrada al albergue y se asoma un voluntario. Da por supuesto que me voy a quedar. Con cierto sonrojo, le digo que sí aunque no sé si lo merezco tras mi “maratoniana” etapa. Y me contesta algo que me deja desarmado: “aquí todo el mundo es bien recibido”. Me sella la credencial y me ofrece un plato de lomo con patatas, con una pinta estupenda, que le había sobrado. Le agradezco el gesto pero le digo que lo guarde para el peregrino sevillano que está a punto de llegar y que viene medio muerto tras su aventura nocturna.



Soy el primero en llegar así que puedo elegir litera. Dejo los trastos y me voy  en busca de un bar cercano. Encuentro uno que tiene una terraza junto al frontón del pueblo. Sentada de una hora para dar cuenta del menú reglamentario y vuelta al albergue. Como es pronto aprovecho para hacer colada general, incluidas alforjas y montura. Bueno, el manguerazo a la bici sin pasarme ya que en estos últimos días había adquirido el punto adecuado de tierra que hacía que los mecanismos funcionaran a la perfección….
En el albergue ya se encontraba Manolo, el peregrino sevillano que se había perdido. Estaba tan agotado que no tenía ni hambre. Se ducho y se acostó un buen rato. También había llegado un ciclista escocés, Damian, un sacerdote que había sido profesor en un colegio de Valladolid durante veinticinco años.
Poco después llega un bicigrino catalán, Jordi, de un pueblo de Gerona para  más señas,  al que todavía no se le había pasado el susto tras un percance con un autobús, que le había llegado a rozar una alforja en plena subida al Puerto de Béjar. Y por último aparecen Jean Baptiste y Henry, los dos amigos franceses de los que no me pude despedir ayer.
Como esa noche solo somos seis huéspedes el hospitalero nos anima a cenar en el albergue. Quedamos en aportar cada uno algo para la cena y nos citamos para las nueve.
Me voy en compañía de los franceses a hacer las compras y luego celebramos el reencuentro en el bar donde había comido. Qué jornada más sufrida, ja,ja,ja….
He de decir que fue la mejor cena de toda la Vía de la Plata. Además de lo que aportamos, el hospitalero preparó un pastel de carne y unas tortillitas de arroz que estaban de muerte. En mitad de la cena se unió el padre Blas. Toda una personalidad. Uno de esos curas batalladores y comprometidos que dan sentido a la Iglesia. Durante la charla, Jean Baptiste, que entre sus inquietudes está la de la pintura, le pregunta al párroco por los cuadros que decoran todo el albergue. El padre Blas le contesta que son obra de los peregrinos que han pasado por allí. Hay uno en concreto que es un simple pegote en la pared y le pregunta por su significado. La explicación es que un peregrino deseaba pintar y le salió “eso”. Me cautivó la sencilla, y a la vez trascendente, interpretación que hacía el párroco: la cuestión no es tanto la calidad de la obra como el hecho de que “en esta vida hay que pintar algo”. Todos podemos aportar algo, por insignificante que parezca. Quizás ésa sea una  buena definición del  “viaje interior” que experimentan algunos peregrinos en el camino: el encontrarse a uno mismo no sea más que saber qué es lo que hemos de pintar, o dicho de otro modo,  encontrar nuestro lugar en el mundo.
Sólo por esta velada peregrina y la enriquecedora charla posterior ya ha merecido la pena volver de nuevo al Camino.


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