jueves, 19 de diciembre de 2013

DIA 11: ZAMORA-TÁBARA

Viernes, 13 de Septiembre

La ventaja de alojarse en el albergue de Zamora es que la jornada te ha de cundir obligatoriamente puesto que a las ocho…. todos “al carrer”. Bueno, todos menos dos ciclistas que amanecen con las ruedas pinchadas. No sé por qué pero esta escena me resulta familiar….
Quedo con los amigos franceses en la Plaza Mayor y repasamos lo hablado la noche anterior. Ellos también van a tomar el Camino Sanabrés si bien su idea era seguir la ruta tradicional y desviarse en Granja de Moreruela. En mi caso tenía decidido tomar el atajo por la N-631 pasado Montamarta y  seguir hasta Santa Marta de Tera. A Jean Baptiste no le parece mala idea ya que seguir hasta Granja supone alejarse unos 23 kilómetros hacia el este para luego tener que volver a recuperarlos. Quedamos en ir juntos hasta la bifurcación de la Nacional




La salida de Zamora es un “deja vu”. Carretera salpicada de repechos y muchísimo tráfico de camiones. A los siete kilómetros Henry tiene una “urgencia”, así que paramos en el bar que hay junto a la piscina municipal, en Roales del Pan. Hace su gestión y se despide tirándole los tejos a la camarera. Todo un personaje este hombre.
En Montamarta nueva parada, esta vez en un bar situado a la derecha y algo alejado de la carretera, y que conocía del año pasado. Llevamos poco más de dieciocho kilómetros pero las subiditas han evaporado el desayuno. Bocata de tortilla recién hecho y a continuar.



Reconozco que estoy impaciente por llegar al cruce y tomar la N-631. En primer lugar porque supone tomar la variante del Camino Sanabrés que tuve que descartar, a mi pesar, el año anterior y, en segundo lugar, por alejarme del infernal tráfico de camiones.





Poco después de tomar el desvío se cruza el embalse de Ricobayo y el paisaje empieza a verdear. La carretera tiene algo menos de tráfico pero siguen pasando demasiados camiones para mi gusto, y con el añadido de que ahora no hay arcén donde protegerse. La explicación a tanto trasiego de camiones son las omnipresentes obras del AVE, que iban a ser una constante hasta Orense. Camiones arriba y abajo, caminos cortados y la cicatriz que esta gran obra civil deja en el paisaje.



Nos reagrupamos en Pozuelo de Tábara y continuamos hacia Tábara. A la una ya estoy junto a la bonita iglesia románica. Poco después llega Henry y se va directo al estanco a comprar sus puritos. Jean Baptiste todavía tarda un rato. Parece que no tiene un buen día. Una vez juntos nos dirigimos a una terraza para tomar un refrigerio y Jean Baptiste pide una caña, lo que significa que ha decidido dar por finalizada la jornada. Además, casualmente el establecimiento donde hemos recalado resulta ser un pequeño hotel familiar así que no se lo piensa dos veces y reserva una habitación. A mí me parece un poco prematuro parar pero, en pocas palabras, J.B. me dejó caer que hay saborear los buenos momentos y dejar a un lado las prisas, y para botón de muestra su accidente cardiovascular.
En ese momento se me representa la típica imagen del ángel y el demonio dando consejos opuestos: por una parte las piernas quieren algo más de guerra pero la compañía es muy grata. Insisten en que me quede y les respondo que de momento vamos a comer juntos y luego ya decidiré qué hago.
El salón del restaurante está ocupado casi en su totalidad por operarios de las obras del AVE, señal de que el menú no debe de estar mal. Y pasó lo que tenía que pasar: primer y segundo plato, generosamente regado con vino con casera (un gran descubrimiento para Henry y un crimen para la gaseosa según Jean Baptiste), postre, licor de hierbas y café acabaron por doblegar mis ansias de continuar. Uno que es facilón…
A pesar de ser viernes y víspera de feria en el pueblo (si llego a salir de Sevilla dos días más tarde hubiese acabado haciendo la Via de la Fiestas) todavía queda alguna habitación libre, tipo buhardilla. Pequeña pero bien equipada. Poco más de veinte euros lavado de ropa incluído. Todo un lujo a estas alturas.
Aquella tarde fue la primera vez que coincidí con Santi, un fornido salmantino que hoy reanudaba la Vía de la Plata desde Zamora, que había iniciado el fin de semana anterior en Salamanca de una forma muy bonita: en compañía de su hija de doce años, que quería hacer una parte del camino. Me contó que la niña tenía el trasero resentido, cosa normal, pero que no se quejaba. Le decía una y otra vez a su padre que “no quería fallarle”. Una de esas vivencias que se quedan grabadas para toda la vida.
Durante la cena me encontré en el bar del hotel con dos viejos conocidos: los dos alemanes. Pensaba que estarían más adelantados pero me explicaron que se habían quedado dos días en Salamanca. Vamos, que no se estaban perdiendo ningún detalle de la ruta.










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