lunes, 22 de septiembre de 2014

DIA 1: ALICANTE-AVILA-GOTARRENDURA

Jueves, 4 de Septiembre

La misma rutina que el año anterior. Diana a las seis y  taxi hasta Alicante para tomar el AVE a Madrid de las siete y veinte. Actualmente el viaje es un paseo de poco más de dos horas. El tiempo justo de dar una cabezada y despertarme con el anuncio por megafonía de que llegamos a la estación de Atocha.  El tren hacia Ávila parte de la estación de Chamartín, así que hay que tomar un Cercanías (que pasa con un intervalo de trece minutos)  con el reto previo de sacar el ticket correspondiente.  Con mi destreza habitual consigo resolver el problema en diez minutos (encontrar un expendedor y descifrar cuántas zonas o líneas hay que cruzar para poder abonar la tarifa adecuada). Huelga decir que en una gran ciudad la gente tiene demasiada prisa como para detenerse a explicarle a un pueblerino cómo funciona la cosa…..
Desayuno en la estación de Chamartín, esquivo una tentativa de colocarme una tarjeta de crédito y, a las once y cuarto, me subo al tren regional destino Ávila. Nueva cabezada y a la una menos cuarto ya estoy en la ciudad amurallada. Salgo de la estación con la incertidumbre de si podré empezar a dar pedales ese mismo día o tendré que esperar a mañana. El motivo es que en el localizador de la compañía de transportes no aparece la confirmación de que la bici haya llegado.
La oficina de entrega no está demasiado lejos pero no consigo ubicarme. Ni GPS ni leches. La solución más fiable es preguntar al primer jubilado que me encuentre apostado en una esquina. Dicho y hecho. En quince minutos encuentro el local y me llevo la alegría de que la bici ya está allí. El pequeño inconveniente es que el establecimiento es bastante pequeño y no está permitido acceder a la zona de almacén, así que saco la caja fuera, preparo la burra y el equipaje y, por último, me atavío parcialmente de ciclista. Zapatillas, maillot y bermudas. Tampoco era cuestión de hacer un desnudo integral en plena calle………

Miro la hora. Las dos. Pues a comer. Me dirijo al centro y encuentro un restaurante junto a una de las puertas de acceso a la ciudad “intramuros” que reúne los requisitos de tener terraza a la sombra. Vamos progresando. Quinientos metros recorridos y ya estoy llenando el buche. Me contengo para no atacar el chuletón que venía en el menú y me decanto por algo más acorde para la ocasión.





Tras una prolongada sobremesa doy una vuelta turística por el casco histórico y me voy haciendo el ánimo para empezar el camino, viaje o ruta gastronómica, porque no tengo muy claro cómo definir la excursión de este año. Lo cierto es que el calor que hace pasadas las cuatro de la tarde no invitaba a hacer muchos esfuerzos aunque, de todos modos, la jornada prevista para  hoy iba a ser poco más que un paseo dominguero.

Plaza del Mercado Chico



El primer punto de referencia para seguir el Camino del Sureste/Levante es encontrar la puerta de Adaja, frente a la que se encuentra al albergue de peregrinos, y desde ahí tomar la carretera que lleva hasta el mirador de los Cuatro Postes, desde donde se contempla una bonita panorámica de las murallas.

Puerta de Adaja




Recordaba de mi paso por aquí hace dos años que para llegar a la siguiente población, Narrillos de San Leonardo, había algo de subida aunque me pareció más dura esta vez. Le echaremos la culpa a que tengo un año más….

Vista de Ávila desde Narrillos de San Leonardo



Lo cierto es que no hay dos caminos iguales aunque se transite por el mismo lugar. Mientras que la vez anterior, a la salida de este pueblo, empezaba un camino rodeado de rocas de granito, esta vez las flechas me llevaron hasta una carretera local. Como se dirigía en sentido Arévalo preferí no tentar la suerte y proseguí por ella, dándome un buen sofocón para salvar una buena subida.
Al llegar a Cardeñosa volví a encontrar la señalización del camino, y a los pocos metros me encuentro un pasaje empedrado que me recuerda  al primer tramo de la subida al Cebreiro.




La senda no es tan cómoda como preveía. Va salvando pequeñas lomas y está flanqueada por mis “queridos” abrojos (los acordes de “Tiburón” empiezan a sonar en mi cabeza). Afortunadamente es un tramo de poco más de tres kilómetros y desemboca de nuevo en la carretera  antes de llegar a Peñalva de Ávila, donde se toma una pista, en buenas condiciones y bien señalizada, que conduce hasta el final de etapa previsto, Gotarrendura. 




Última recta con Gotarrendura al fondo


De esta población, que rondará la centena de habitantes, guardaba un buen recuerdo de mi camino del 2012 gracias a la ayuda desinteresada de uno de sus vecinos y a las magníficas instalaciones de su albergue. Pero en estos dos años algunas cosas han cambiado. El único bar del pueblo ya no se ocupa de facilitar la llave a los peregrinos y cierra a las ocho de la tarde. Llamo al teléfono de contacto pero apenas  hay cobertura en la población. Finalmente una vecina consigue avisar a la mujer que se encarga del albergue. La espero a la entrada y a los pocos minutos se persona allí. Las estupendas instalaciones que recordaba se han convertido en un albergue turístico (a 15 castañas la noche) y están separadas por barrotes de lo que ahora es estrictamente el albergue de peregrinos (de donativo), que se encuentra pasado el patio y que queda reducido a una habitación con dos literas, un baño, un lavadero y una pequeña cocina. Suficiente para pasar la noche pero sin las comodidades de antaño.
Me instalo en el albergue y procuro no demorarme mucho ya que he quedado en pasar por el bar antes del cierre para que me preparen un bocadillo y comprar algo de bebida para cenar, ya que tampoco hay tienda en el pueblo.
De regreso al albergue para dar cuenta de la frugal cena me encuentro  con un matrimonio francés que ha optado por el albergue de pago para evitar coincidir con unos peregrinos españoles que, a su juicio, suelen llegar muy tarde y hacer mucho ruido. A las nueve y media llegan los dos aludidos y resultan ser paisanos, de Valencia para más señas. Cargan 16 kilos cada uno (tienda de campaña incluida) y están acostumbrados a hacer marchas largas. Habían salido de Ávila a las cinco de la tarde. Suelen cenar sobre la medianoche y uno de ellos advierte que ronca como un búfalo.  Es cierto que son un poco bullangueros pero tampoco era para tanto.
En cuanto al vecino que me ayudó en su día, y que fue una de las razones por la que me dirigí a Gotarrendura en lugar de tirar directamente hacia Segovia, desgraciadamente no pude coincidir con él. Otra vez será.




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