Viernes, 12 de
Septiembre
Lo de dormir rodeado de
comodidades no me sienta bien cuando estoy de “gira”. Hace que me levante
con más pereza de lo habitual. Ya estaba
avisado de que el bar abría tarde así que otra vez toca hacer trabajar las
piernas antes que la mandíbula. Por lo que había leído el camino coincide
durante muchos kilómetros con la AS-242, una carreterilla con poco tráfico y
que discurre a mitad de ladera del valle, esta vez sí, sin grandes
dificultades. Bueno, las dificultades ya las pondría yo….
Diez kilómetros de rodaje y ya
estoy en Pola de Lena. Pues a hacer
gestiones. A la entrada del pueblo encuentro un taller de motos y soluciono el
problemilla con la presión de la rueda trasera que me hizo descender Pajares con el aparato
digestivo en “modo centrifugado”. Si llego a tener el intestino “suelto” no
quiero pensar lo que hubiera pasado…. Lo
cierto es que fue la última visita de la
temporada a un taller, que ya era hora.
Primera gestión hecha.
El segundo trámite, y no menos
importante, es desayunar. Tengo una sensación rara porque, a pesar de tomar el
colacao reglamentario y ración doble de tostadas con mermelada, sigo teniendo
hambre. Un ataque de vergüenza me impide hacer doblete y confío en que poco
tiempo lo ingerido empezará a surtir efecto. Tendría que haberme abandonado a
la gula….
Continúo por la carretera en
dirección a Mieres recorriendo los
últimos kilómetros por un bonito paseo junto al río Caudal. Pensaba que
circular en paralelo al río iba a espabilarme pero hace un bochorno que
consigue plancharme un poco más. Y tengo otra vez el estómago vacío. He
desayunado tan sólo doce kilómetros antes y llevo unos veintidós en total. Me
parece a mí que hoy estoy en “uno de esos días…..”.
Pues nada. Le haremos caso al
cuerpo. Hago unas compras en un supermercado cercano y almuerzo en el paseo a
ver si se me pasa la tontería. Hora larga de parón en la que aprovecho para
poner a secar la ropa húmeda del día anterior, que se está convirtiendo también
en una costumbre.
Para llegar al centro hay que
cruzar primero el río y luego las vías del tren por un paso subterráneo. A
partir de aquí voy empujando para poder
seguir las flechas. Llego a una plaza y le pregunto a un vecino por la antigua
carretera hacia Oviedo. Se pone a resoplar y me dice que hay dos buenas subidas
de la que “tocan los cojones”. Pues ya me quedo más tranquilo.
Efectivamente, nada más salir de
la ciudad empieza la subida al El Padrún. El primer kilómetro lo llevo más o menos bien
pero al llegar a la pedanía de La Rebollada
tengo que parar. No me duelen las piernas ni me falta el aire pero tengo el
pulso acelerado. Definitivamente hoy tengo “el
reglo”. Descanso unos minutos y empujo el kilómetro siguiente. Echo la
vista atrás y Mieres está allá abajo. Los dos restantes ya los hago montado y
nada más coronar veo un bar. Pues en vista del éxito obtenido me paro a tomar
un plato combinado. Antes muerta que famélica…..
Dejando atrás Mieres a mitad de subida de El Padrún |
Durante la sobremesa ya tengo
claro que he de seguir con mi plan de no cumplir ninguna previsión. Estoy como
para llegar a Avilés…. En los siguientes kilómetros no doy ninguna pedalada: primero
porque hay que bajar El Padrún por una carretera estrecha, con curvas de
herradura y tapizada de hojarasca para darle un poco de emoción a la cosa, y
después porque a partir de El Portazgo, me toca empujar medio
kilómetro más hasta Manzaneda. Empiezo
a hacerme una idea de porqué Almanzor y el resto de la compañía del turbante no
pudieron llegar hasta aquí.
Afortunadamente no hay subidas
infinitas. Poco después ya suaviza la cosa para finalmente descender
hasta Oviedo. Me voy adentrando en
la ciudad buscando el centro peatonal hasta que me topo con el Ayuntamiento. El
edificio está engalanado y están haciendo pruebas de sonido. Pregunto a unos
municipales por algún alojamiento y me indican un hostal que está a pocos metros
de aquí. Si hay habitación ahí me quedo. Pues la hay. En un tercer piso sin
ascensor, con baño individual aunque situado en el pasillo y ambientada con una
fuerte fragancia de cenicero. Pues eso es lo que toca. Tampoco es cuestión de
ponerse en plan exquisito porque, además de ser viernes, el montaje que acabo
de ver en la calle se debe a que esa tarde empiezan las fiestas de San Mateo y
no va ver mucho donde escoger.
Me ducho y me visto de persona.
Consulto los mensajes de teléfono y tengo uno de los amigos franceses enviado a
las tres y media de la tarde. Han rodado hasta Ribadeo, donde han tomado un
tren para ir a La Coruña con la idea de recorrer la costa hasta Fisterra. Finalmente me animan a reunirme con ellos
allí. Pues como no le ponga un turbo a la bici… Les contesto contándoles lo ”provechoso” que
ha sido el día para mí y que mañana veré
lo que hago. Le echo un vistazo a los horarios de Renfe pero no hay tren
directo a La Coruña. Todas las combinaciones pasan por León, son más de doce horas de viaje y sin garantías
de que no vaya a haber problemas para el transporte de la bici.
Me espatarro en la cama dándole
vueltas al tema un tanto desanimado. Empiezo a oir cada vez más fuerte la megafonía y hay un
señor dando un discurso cuya voz se parece bastante a la de un famoso cantante
de la tierra. Bajo a la calle y hay mucha de gente alrededor del Ayuntamiento. El
gentío me impide acercarme al balcón donde está dando el pregón pero parece que
sí es Victor Manuel. Finaliza el acto y alguien da paso a un “tal” Miguel Ríos
que va a proceder a lanzar el chupinazo y como colofón una banda de gaiteros se
pone a tocar el “Asturias patria querida”.
Coñis. Una ciudad en fiestas, cantantes
de reconocido prestigio y yo con estos pelos….
Empiezo a deambular por las
calles intentando huir del desparrame festivo. Me siento desubicado después de
una semana larga cruzándome con poca gente. Para colmo se me acerca un tipo que
dice que nunca olvida una cara y que me conoce. Pues en mi caso no me suelo
quedar con las caras y la de este hombre menos. Me pregunta de dónde soy y se
reafirma en que me conoce, que ha trabajado en mi pueblo aunque es incapaz de
concretar en qué empresa. Me da la impresión de que, al uso de la fauna “adivinatoria”,
está sacándome información de manera indirecta. Me cuenta una película de miedo sobre su vida y
empiezo a sospechar que acabaremos hablando de dinero así que pongo pies en
polvorosa. Ya sólo me faltaba para rematar el día que acabaran sacándome los
cuartos. Adeu….
Lo único que no he perdido es el
apetito pero el reto es encontrar algún lugar tranquilo a resguardo del
bullicio. A base de dar vueltas encuentro un bar que no tiene pinta de ser el
típico frecuentado por turistas (“Casa
Lito”) donde me sirven un plato de fabada que me quita las penas. Mira que soy facilón…
Un buen rato de charla con el dueño y me retiro a mi ahumada, que no amada,
habitación a pensar que hago del caldo mañana.
Catedral de El Salvador |
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